
La que guía las decisiones y acciones de una persona, inspirándola a seguir un camino que resuene con sus valores, intereses y habilidades únicas. Puede manifestarse en diferentes áreas de la vida, como la educación, el trabajo, la creatividad, el servicio a los demás o el crecimiento personal. En última instancia, la vocación se relaciona con la búsqueda de significado y realización personal, y puede ser una fuente de satisfacción y plenitud cuando se sigue con autenticidad y dedicación.
En la vida, la noción misma de vocación se desvanece en la penumbra de la incertidumbre. ¿Qué es la vocación sino un grito distorsionado de nuestra propia angustia y desesperación? En la búsqueda de significado, los individuos se lanzan hacia profesiones que prometen llenar el vacío existencial, solo para encontrarse atrapados en un camino de expectativas y desilusiones. La pedagogía, ese arte luminoso de la enseñanza, no escapa a este enjambre de contradicciones y ambigüedades.
L@s docentes, como mensajeros del conocimiento, son llamados a guiar a las nuevas generaciones hacia la luz del aprendizaje, pero ¿a qué costo? La romantización de la vocación en la pedagogía solo sirve para ocultar las sombras que acechan en el aula, las tensiones y conflictos que amenazan con desgarrar el delicado proceso del aprendizaje.
Las relaciones de pareja y la vocación

Las relaciones de pareja y la vocación tienen similitudes. La noción del amor a menudo se convierte en un arma de doble filo. En un mundo donde la idealización del amor es moneda corriente, se manipula la creencia de que el verdadero amor implica la aceptación incondicional de todos los defectos del otro, incluso cuando estos causan dolor o sufrimiento. En la pedagogía, experimentamos situaciones que nos afectan, pero las aceptamos por «vocación».
Esta expectativa distorsionada puede llevar a una tolerancia indebida hacia comportamientos abusivos o irrespetuosos dentro de las relaciones de pareja (considerando la educación y la pedagogía como parejas abstractas).
La idea de que el amor implica aceptar el sufrimiento como parte inherente de la experiencia amorosa es una falacia peligrosa que perpetúa el ciclo de la victimización. Las víctimas de abuso emocional o físico (como el caso de much@s docentes en situaciones de violencia), atrapadas en la telaraña de esta creencia distorsionada, pueden sentirse culpables por querer establecer límites saludables o por expresar su malestar frente a comportamientos perjudiciales.
El amor auténtico no debería ser sinónimo de sufrimiento.

La manipulación de la noción del «amor por lo que hacemos» para justificar el maltrato socava la integridad y el bienestar emocional de quienes se ven atrapad@s en esta dinámica “tóxica”. Es fundamental recordar que el amor auténtico no debería ser sinónimo de sufrimiento o tolerancia hacia el maltrato.
En una relación saludable, el amor se manifiesta a través del respeto mutuo, el apoyo emocional y la construcción de un vínculo basado en la confianza y la comunicación abierta. Establecer y mantener límites claros dentro de una relación es esencial para preservar la dignidad y el bienestar de ambas partes involucradas.
Cuando el amor se convierte en una excusa para justificar el abuso, es crucial buscar ayuda profesional y apoyo emocional. Nadie debería sentirse obligad@ a soportar el maltrato en nombre del amor. El amor verdadero promueve el crecimiento mutuo, la felicidad y el bienestar emocional de ambas partes involucradas.
Deseo genuino de servir y transformar vidas.

L@s docentes, impulsad@s por un deseo genuino de servir y transformar vidas, se encuentran atrapad@s en el dinamismo social, la desigualdad, los problemas de convivencia escolar, la falta de recursos y un largo camino de etcéteras.
La romantización de la vocación l@s obliga a aceptar condiciones laborales complejas, la evaluación moral de la sociedad y una falta de reconocimiento profesional que erosiona su pasión y compromiso. En este mantra que se denomina vocación, la pedagogía se convierte en un acto de resistencia, una lucha constante contra las fuerzas del conformismo y la resignación.
L@s docentes, al igual que los personajes kafkianos, se enfrentan a un sistema absurdo y alienante que amenaza con aplastar sus sueños y aspiraciones. Sin embargo, en medio de la oscuridad, aún hay destellos de esperanza, momentos de conexión genuina entre docentes y estudiantes que trascienden las limitaciones del sistema.
La vocación en la pedagogía es un acto de amor.

En última instancia, la vocación en la pedagogía es un acto de amor, una creencia en el poder transformador de la educación para cambiar el mundo. Pero este amor no puede existir en un vacío; debe ser alimentada por condiciones laborales justas, apoyo institucional y reconocimiento social.
L@s docentes, al igual que l@s amantes desilusionad@s, merecen ser vist@s y valorad@s en toda su humanidad, con sus fortalezas y debilidades, sus alegrías y frustraciones. La pedagogía se convierte en un viaje de autodescubrimiento, una búsqueda interminable de significado y propósito en un mundo que a menudo carece de ambos.
Pero en medio de la oscuridad, aún hay luz, una chispa de esperanza que arde en el corazón de cada docente, recordándoles que, a pesar de los obstáculos y desafíos, su labor es valiosa y significativa. Bien dice Allan Bloom, «La educación es el movimiento de la oscuridad a la luz».
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