La Escuela Rural es vida y aprendizajes

ZYON

abril 8, 2025
Vida y aprendizajes en una Escuela Rural
Tal vez, en lugar de ver al mundo rural como un lugar "con menos educación", deberíamos aprender de él. Porque su verdadera enseñanza no está en las palabras, sino en las acciones. No en la teoría, sino en la práctica de vivir en comunidad. En un tiempo donde el individualismo parece gobernarlo todo, el campo nos ofrece un recordatorio esencial, nadie florece solo.
Camino a la escuela rural para capacitar a la gente humana

El camino hacia un establecimiento, la cual llamaremos para efectos de este ensayo “Escuela Rural N° 8”, para no entrar en detalles, era un desfile de especulaciones. Un nuevo lugar, nuevas caras, un montón de vidas que seguro a estas alturas del año ya estarían hartas, cansadas, queriendo que terminara pronto.

Mis emociones, como siempre, me traicionaban. Escenarios apocalípticos desfilaban en mi cabeza. Pero, esta vez, algo fue diferente. La naturaleza, esa vieja amable, nos recibió con un camino rural, árboles inclinándose al viento y unas torres eólicas que parecían gigantes. Por un momento me sentí como el Quijote, aunque sin su gracia ni su flaco caballo. Claro, ya andaba medio loco, o como decimos en Chile, «peinando la muñeca».

Llegamos. Mi partner iba conmigo, aunque Sancho Panza sería un mal apodo para él. Yo era el de la panza, sin discusión. La gente nos recibió con una cordialidad casi desconcertante. “¿Podemos ayudarles en algo?”, dijeron, demostrando que en este mundo todavía quedan personas con buenas intenciones. Nos presentamos y nos señalaron la sala donde debía soltar mi cháchara de fin de año, de esas capacitaciones que a pocos les importan. Apenas había llegado, así que no podía comportarme como si estuviera en el living de mi casa, aunque ganas no me faltaban.

Y entonces empezó lo raro. Cada persona que entraba a esa sala, en lugar de querer mandarme a la punta de las torres eólicas —que es lo mínimo que esperaba—, me saludaba con una amabilidad desconcertante. Afabilidad, afecto, esa calidez rara que encuentras en lugares donde la gente aún tiene algo de humanidad en las venas. Me hicieron sentir parte de su comunidad, y eso, para ser honesto, fue algo inesperado. Existía ahí lo que me gusta denominar “gente humana”.

La escuela rural y su ecosistema social.

La escuela rural y su ecosistema social como parte de la gente humana

«La vida rural es una lección constante de humildad.

En la naturaleza no hay lugar para el ego,

solo para la convivencia con lo que somos.»

 Carl Jung.

Me preguntaba, ¿qué hacía especial a este lugar?, cada escuela tiene su propio circo social, su ecosistema de personajes y misterios. ¿Por qué aquí la gente era tan amable?, en tiempos como estos, donde convivir parece más un accidente que una norma, eso me tenía intrigado. Entonces recordé algo que me dijo un@ de es@s viej@s sabi@s que te cruzas por la vida. Es@s que sueltan frases que en su momento ignoras, pero que un día, de repente, entiendes. Me dijo: “Las personas del campo son generosas porque entienden que la naturaleza es generosa. Devuelven la mano”.

Y ahí estaba, en la Escuela Rural N° 8, viendo algo que parecía más un espejismo que una realidad, lo poco que queda de humanidad. Ese tipo de humanidad que se está extinguiendo, como las especies en peligro.

La educación rural tiene su propia piel, áspera pero auténtica. Aquí no hay laboratorios futuristas, aunque si tenían su pizarra interactiva, pero hay algo que pesa más, un compromiso que va más allá de los ridículos planes ministeriales. En esta escuela, lo que hace que todo se mantenga en pie no son las cosas materiales, sino la gente. L@s docentes, l@s asistentes de la educación, es@s tip@s que a pesar de todo —del olvido del sistema, de la falta de recursos, del desgaste— siguen tirando la carreta. Aquí, el motor no es el progreso tecnológico, es la terquedad de no rendirse, incluso cuando todo parece estar diseñado para que fracases.

En la Escuela Rural, el día a día no es un cuento de hadas.

En el sector rural no todo es cuento de hadas, porque hay gente humana

«La ruralidad ofrece una enseñanza

que el urbanismo olvida:

la importancia del tiempo, el ritmo, la espera.

Los pueblos enseñan que el progreso

no siempre está en lo inmediato.»

Paulo Freire

Las dificultades son tan reales como el barro pegado en los zapatos, caminos sin pavimento, internet que es un mito, recursos insuficientes. Pero, de algún modo, estas comunidades se aferran a algo que desafía toda lógica. L@s docentes y asistentes de la educación no están ahí solo por las lucas, porque, seamos sincer@s, nadie viene a estos rincones solo por plata. Hay algo más, algo que no se puede medir ni pagar. Una especie de necedad noble, un llamado que no tod@s entienden, un deber que no se explica, se vive.

En la Escuela Rural N° 8, el día a día no es un cuento de hadas. Es caótico, como todo lugar lleno de gente. Y donde hay gente, hay problemas, contradicciones, dramas, historias que se mezclan como un mosaico mal hecho. Pero en medio de esa maraña, hay equilibrio. No porque todo esté bien, sino porque tod@s aceptan que la perfección es un chiste cruel. Esta escuela no es un oasis, tampoco un paraíso perdido. Es un reflejo del alma que tienen las Escuelas Rurales en Chile.

Hablar de educación rural es hablar del olvido. Un olvido largo y polvoriento, como esos rincones de la casa, que están detrás de un refrigerador. Durante décadas, las escuelas rurales han sido el último eslabón de una cadena en el sistema educativo. El mundo anda enamorado de la tecnología, de pantallas que prometen maravillas, mientras estas comunidades se enfrentan a un abismo digital. Es como mirar un puente que no llega a ninguna parte.

Y sin embargo, ahí están. Con todo en contra, con lo que tienen a mano; ganas, y una terquedad que no se rinde. Enseñan con lo mejor de sí mism@s, y cada obstáculo se convierte en una especie de excusa para demostrar que la educación no es solo computadoras y data shows. Es pasión, creatividad, y esa humanidad que todavía se niega a desaparecer, aunque el sistema la ignore.

¿Invernaderos o Tablet?

Una balanza que se inclina por la tecnología y no por el medio ambiente

En la Escuela Rural N° 8, los huertos y los invernaderos son más que enseñanzas prácticas. Son la tierra hablando, recordándonos de dónde venimos. Cada planta que crece ahí es un recordatorio de que estamos conectados a algo más grande, aunque a veces nos hagamos l@s que no sabemos. No solo cultivan alimentos, cultivan valores. Enseñan a plantar, a cuidar, a cosechar. Y al final, enseñan a vivir.

Pero vivimos en un mundo con la balanza rota, donde todo lo digital se lleva la atención. Nos obsesionamos con la inmediatez, con avances que parecen prometer salvación, mientras la conexión con la tierra se diluye, como agua entre los dedos. Nos olvidamos de lo básico, sin árboles, sin agua limpia, sin tierra fértil, no hay futuro. Toda esa tecnología brillante no va a servir de nada cuando no quede nada que salvar.

¿Será mejor plantar más árboles y abrazar esa relación con la tierra, o tirarnos de lleno a la tecnología? Tal vez no se trate de elegir una o la otra, sino de encontrar el equilibrio entre ambas. La tecnología puede ser una aliada poderosa, pero no tiene el poder de reemplazar lo que la naturaleza nos da a gritos: humildad, paciencia y el valor de trabajar junt@s en lugar de creer que lo sabemos todo.

En la Escuela Rural N° 8, los huertos no están para competir con las tablet, son un complemento. En esos espacios, l@s estudiantes no solo aprenden a escribir, leer y resolver problemas matemáticos, sino que también aprenden el ciclo de la vida. Aprenden a ver una semilla, esperar a que crezca y luego entender que todo toma su tiempo. Esa integración, esa mezcla, es lo que necesitamos como sociedad. Un lugar donde la obsesión por la innovación no se coma el respeto por lo que nos mantiene viv@s.

Tal vez el verdadero desafío sea aceptar que no somos dueños ni de la tierra ni de la tecnología. Son solo herramientas, y nos usan tanto como nosotros a ellas. El equilibrio no está en cómo las manejamos, sino en cómo dejamos que nos enseñen a ser mejores. A coexistir con este mundo, con la gente que nos rodea, y con ese tipo de paz que solo llega cuando entendemos que no todo se puede controlar.

En el campo hay "menos educación"

En el sector rural está la verdadera educación de la gente humana

Dicen por ahí, con esa soberbia disfrazada de certeza, que en el campo hay «menos educación». Lo repiten como si fueran dioses(as) del conocimiento, mirando hacia abajo desde sus torres de concreto. Lo que no entienden es que están midiendo con una regla rota. ¿Qué significa «educación», de todos modos? Si te sales del aula y empiezas a mirar lo que de verdad importa, te darás cuenta de que es@s «menos educad@s» saben cosas que a la ciudad hace rato se le olvidaron.

Aquí en el campo, la vida misma es la maestra. Y, créeme, no hay enseñanzas más duras, ni más honesta. La colaboración no es una virtud, es una ley de supervivencia. Reparar una cerca, compartir comida, sentarse a hablar con el o la vecin@ como si el mundo no se estuviera cayendo a pedazos… Esas cosas simples son la esencia de una educación que no necesita pizarras, ni diplomas.

Mientras tanto, en las ciudades, la gente corre como si estuviera escapando de algo. ¿De qué? Ni ell@s saben. Se apuñalan por alcanzar sus metas, pero a costa de qué. La empatía y la colaboración son lujos que no se pueden permitir. Rodead@s de miles, pero aislad@s en su burbuja, l@s citadin@s viven en una permanente contradicción, más cerca físicamente, pero más lejos emocionalmente.

En el campo, todo es diferente. Aquí, la tierra y el tiempo enseñan. Nada crece en soledad. Si quieres cosechar algo, necesitas más que tus manos, necesitas a quienes trabajan el mismo suelo. Aquí aprendieron que la solidaridad no es opcional, que la paciencia se gana con cada amanecer, y que respetar a otr@ es respetar la tierra que amb@s pisan.

Así que no vengan con su condescendencia barata a hablar de «menos educación». Tal vez el campo no tenga sus teorías complicadas de libros, ni sus títulos colgados en la pared, pero tiene algo que los citadinos han perdido, la capacidad de construir comunidad, de entender que nadie florece solo. Tal vez, en lugar de mirar hacia abajo, deberían mirar hacia el sector rural y aprender algo de verdad.

Soñando con convertirme en campesino
¿Te ha gustado el artículo? ¡Compártelo con el mundo!

Suscríbete a nuestro blog

¿Te apasiona la educación y buscas constantemente nuevas perspectivas y reflexiones? Entonces, nuestro blog es el lugar perfecto para ti.

Contenido relacionado

2 Comentarios

  1. Hola, soy maestra rural y trabajé 40 años en Aguada de Cuel, de la ciudad de Los Ángeles Chile.
    Hoy dirijo otra escuela rural, Chacayal Sur, hace un año.
    Leí el ensayo y creí que hablaban de Aguada de Cuel. Una escuela maravillosa.

    Responder
    • ¡Qué alegría recibir su comentario, estimada Sra. Ximena! Me llena de entusiasmo saber que el ensayo logró conectar con la Escuela Aguada de Cuel, porque, efectivamente, se trata de ese hermoso lugar. Es un espacio cargado de historia, cariño y aprendizajes que inspiran profundamente. Gracias por compartir sus palabras, que fortalecen aún más el propósito de este blog, construir puentes con quienes valoran la esencia de la educación y sus escenarios más significativos. ¡Un abrazo afectuoso!

      Responder

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *