¿Qué me hubiera gustado aprender cuando estudié pedagogía?

ZYON

abril 19, 2025
Reflexión sobre las necesidades que tiene la pedagogía la gente humana
En este arte de la pedagogía, donde las expectativas y la realidad a menudo chocan de frente, reconocemos que nuestras limitaciones no son barreras, sino guías. Nos enseñan dónde y cómo debemos adaptarnos. Tal como en un sueño kafkiano, donde las figuras y los escenarios cambian sin previo aviso, el aula también exige flexibilidad y autenticidad. Es aquí donde las fortalezas personales se convierten en nuestra brújula, guiándonos a través del laberinto educativo.
Pedagogía y aprendizajes significativos, blog de reflexiones educativas la gente humana

«Enseñar es aprender dos veces»

(Joseph Joubert)

La pedagogía más importante está en las fortalezas personales. Cuando comencé mis estudios en pedagogía, estaba convencido de que aprendería todo lo necesario para ser un buen profesor. Sin embargo, con el tiempo descubrí que los aprendizajes más valiosos no se encuentran en libros, sino en el conocimiento profundo de un@ mism@.

La mejor pedagogía, no es una serie de técnicas y estrategias, sino la habilidad de aprovechar nuestras fortalezas personales. Conocer y utilizar nuestras habilidades, adaptarlas al contexto educativo y ser conscientes de nuestras limitaciones nos permite enseñar de una manera auténtica

Siendo profe, descubrí que la verdadera pedagogía no se aprende, sino que se descubre en la introspección. Las aulas, esos espacios aparentemente ordenados, revelan su naturaleza caótica cuando un@ se sumerge en ellas con una perspectiva introspectiva. Cada estudiante es un mundo, una serie de símbolos y significados que se entrelazan de formas a menudo incomprensibles. Intentar imponer un método único sobre esta diversidad es tan absurdo como querer tapar el sol con un dedo.

Es en este punto donde surge la necesidad de una pedagogía basada en las fortalezas personales. Así, al final del día, cuando las sombras de los asientos vacíos y el silencio del aula se impone, queda una sola certeza: di lo mejor de mí mismo, sin postergar mi esencia.  

Pedagogía y la búsqueda de perfección.

Pedagogía y la búsqueda de la perfección blog de reflexiones educativas la gente humana

«Se comprende mucho mejor un mapa, cuando se le puede hacer por uno mismo. El mejor recurso para comprender, es producir»

(Immanuel Kant)

En el sombrío edificio de la educación, donde cada pasillo parece interminable y cada puerta conduce a otra serie de habitaciones idénticas, me encontré con la necesidad de despojarme de mis máscaras. Las paredes, revestidas de expectativas ajenas y normas rígidas, comenzaron a cerrarse sobre mí. La búsqueda de la perfección se convertía en una trampa, un perpetuo estado de ansiedad y duda. Así aprendí intentar ser más humano frente a aquell@s que buscan humanidad.

La revelación llegó como un susurro, una voz interna que insistía en que la vulnerabilidad es, en sí misma, una forma de fortaleza. En el mundo de la enseñanza, donde los roles están tan claramente definidos y, sin embargo, tan profundamente ambivalentes, la aceptación de nuestra imperfección se convierte en un acto de rebeldía. No se trata solo de enseñar contenidos, sino de enseñar a ser.

Mis primeras tentativas de mostrarme vulnerable se sintieron como un sueño incómodo, un sueño donde las fronteras entre lo real y lo imaginario se desdibujaban. Cada confesión de debilidad parecía resonar en las paredes, amplificada por el eco de mis propios miedos. Pero, sorprendentemente, encontré que l@s estudiantes, seres que navegaban sus propios laberintos de inseguridades, respondían con empatía. 

En la ambigüedad de estos momentos, donde la línea entre profe y estudiante se difuminaba, descubrí una verdad simple pero poderosa: ser humano es enseñar. Y errar, es humano.

¿Era yo un profe o simplemente un actor siguiendo un guion preescrito?

Las capacitaciones no son trajes a la medida blog de reflexiones educativas la gente humana

Relatores/as, figuras espectrales que emergían de la niebla de la burocracia, presentaban sus técnicas como verdades absolutas. Cada nueva estrategia era una prenda de vestir, un uniforme que, supuestamente, debía ajustar a la perfección. Sin embargo, pronto descubrí que no todas las metodologías se adaptaban a la forma única de mi ser.

Cada método presentado era como una máscara que debía probarme, una identidad impuesta que amenazaba con borrar mi auténtico yo. El peso de la conformidad se hacía palpable, una presión constante que buscaba moldearme según un estándar. En esas expectativas, la ambigüedad de mi propio rol se hacía evidente: ¿Era yo un profe o simplemente un actor siguiendo un guion preescrito?

La epifanía llegó con la claridad de una mañana disfrutando un mate, las capacitaciones no son mandatos divinos, sino opciones variadas, como chaquetas colgadas en un closet. Cada uno ofrece una posibilidad, una forma de ser que puede o no resonar con mi esencia. Aquí, en el corazón de esta revelación, reside la verdadera pedagogía: la capacidad de seleccionar y adaptar lo que mejor se ajusta a nuestra forma de ser.

Clases que anhelaba en mi juventud.

Clases divertidas blog de reflexiones educativas la gente humana

Cada aula se convierte en una especie de escenario distorsionado, un lugar donde intento recrear las clases que anhelaba en mi juventud. En esta reconstrucción, las actividades dinámicas y la participación activa no son simples adornos, sino elementos cruciales en una situación educativa que debe desafiar y despertar el interés. Aquí, en la intersección entre lo que fue y lo que podría ser, me enfrento al desafío de transformar la banalidad en algo significativo.

Así, la enseñanza se convierte en una experiencia kafkiana, que refleja no solo mi propia búsqueda de significado, sino también el esfuerzo por proporcionar una experiencia que, aunque cargada de ambigüedad, sea profundamente significativa. En este espacio lleno de incertidumbre, donde mi mayor deseo es tener estudiantes que salgan de mi aula, repletos de dudas, con un interés inquebrantable de aprender.

Hazlo porque yo lo digo.

Autoritarismo en pedagogía

En esta trayectoria educativa, que al caminar surgen los aprendizajes, descubrí una verdad. La autoridad irracional, esa sombra opaca que se cierne sobre la relación docente-estudiante, se revela como un espejismo absurdo. La imposición autoritaria, con su mandato inmutable de “hazlo porque yo lo digo”, crea un vacío de respeto en lugar de llenarlo. En esta absurda danza de poder, la figura del líder se convierte en una entidad distante, una sombra que proyecta una presencia más temida que respetada.

En contraste, el liderazgo racional emerge como una luz que ofrece una guía más genuina y humana. La idea de “hacer las cosas porque son mejor para ti” desafía las normas establecidas e introduce un elemento de humanidad en la ecuación. Este enfoque no se basa en la imposición, sino en la comprensión.

En lugar de dictar órdenes, se ofrece una explicación, un razonamiento que convierte la acción en una elección informada y respetuosa. El liderazgo, en su esencia, es una manifestación de empatía y justicia, un acto de conexión genuina.

Cada decisión tomada bajo el liderazgo racional se convierte en un símbolo de coherencia. El acto de explicar el porqué detrás de una decisión no es meramente una práctica administrativa, sino un reflejo de una filosofía de vida. Aquí, el aula da un lugar a la ética en que el comportamiento no son solo es enseñado, sino vivido. La imagen del/la educador(a) se desvanece en una figura de integridad y comprensión, una guía que no impone, sino que ilumina el camino.

El respeto no se gana a través de la autoridad ciega, sino a través de un proceso de comunicación y entendimiento. La autoridad irracional, con su vacío de razones y emociones, se convierte en una carga, una estructura rígida que no logra conectar con la verdadera esencia de l@s estudiantes.

El aula, ese microcosmos de la sociedad.

Pedagogía en un microcosmos de la sociedad

El aula, ese microcosmos de la sociedad, donde la pasión por la enseñanza se enfrenta a la dura realidad de un sistema educativo muchas veces rígido y normativo. La verdadera pedagogía, aquella que se disfruta y no se sufre, radica en encontrar alegría en el acto de enseñar. Disfrutar no es un capricho, es una necesidad existencial. Un(a) educador(a) que no encuentra placer en su vocación está condenado a una vida de monotonía y desesperación, una existencia sin el alivio de la realización personal.

Durante los 17 años que he sido docente, estos aprendizajes, aunque no enseñados explícitamente, han moldeado mi enfoque y comprensión de lo que significa ser un educador. Enfrentarme a la tarea de educar en un mundo incierto ha sido un viaje de descubrimiento personal y profesional. La claridad y simplicidad de estas realizaciones, envueltas en un marco de realismo psicológico, han transformado mi labor en un acto de rebelión contra la desesperanza y el absurdo.

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