¿Un "mal estudiante" nunca será un buen profe?

La educación es el arte de hacer a las personas buenas, no de hacerlas expertos.
La idea de que un «mal estudiante» nunca será un buen profe es el tipo de porquería que los reyes y reinas de las etiquetas sociales adoran repetir. Quieren reducirlo todo a números, a listas de honor y medallas que no sirven para mucho más que acumular polvo. Yo mismo fui un estudiante promedio. Y no me refiero a esas historias de redención donde al final se saca un 7.0 de puro esfuerzo. No. Fui de un promedio final en cuarto medio de 5.0, clavado.
Sé que era un estudiante “promedio”, porque cuando hablaban en charlas “motivacionales” para la continuidad de estudios, y comenté que me gustaría ser profe. Mi “coach motivacional”, que a la vez, era mi profe jefe, se encargó de decirme “¿con esas notas quieres estudiar pedagogía?”. «Barrientos, tú no vas para ningún lado», me soltó, con esa mirada de lástima disfrazada de autoridad. Era como si ya hubiera escrito mi epitafio antes de que siquiera pensara en mi primer PPT.
Podría decir que aquello me hizo desafiarla y superarme a mí mismo, pero sería mentira. Sentí vergüenza, claro. ¿Quién no la sentiría cuando todo el sistema te señala con el dedo? Pero también sentí rabia. «¿Quién es ella para definirme?» pensé. Y así, decidí que, si algún día iba a enseñar, lo haría de forma distinta. Porque la vocación para ser docente no está en memorizar contenidos, sino en no hacerle sentir a tus estudiantes que son basura.
El sistema educativo tradicional ama a l@s «buen@s estudiantes». L@s miman, l@s exhiben y hasta parecen quererl@s más, pero ¿cuánt@s de ell@s terminan pisando un aula desde el otro lado del escritorio? Poc@s. Porque ser buen(a) alumn@ no siempre es sinónimo de querer cambiar las cosas. A veces, son es@s que el sistema relegó, l@s del fondo de la sala de clases, l@s que se cansaron de escuchar discursos vacíos, quienes deciden ser docentes. Quizás porque saben que las notas no lo son todo. Quizás porque han probado el sabor amargo del fracaso.
¿L@s que destacan merecen ser reconocid@s por el profe?

Ahora, que no se me malinterprete. No tengo nada en contra de l@s que destacan, todo lo contrario, valoro su esfuerzo. Pero me asquea la idea de que solo ell@s merecen ser reconocid@s, ya que much@s se esfuerzan, dan lo mejor de sí mism@s, pero los resultados no acompañan. Si tienes buenas notas, te dan becas. Pero, ¿qué pasa con l@s que, pese a todo, quieren enseñar?
Aquell@s a quienes el sistema nunca les dio una palmadita en la espalda. Lo que realmente necesitamos en las aulas no son solamente l@s “mate@s”, sino alguien con vocación, que entienda de respeto, de empatía, de saber cuándo dejar de lado la libreta de notas y mirar al o la estudiante como lo que es, un(a) ser human@, no un número. Y también alguien que recuerde y comprenda a lo que much@s fuimos al colegio; conversar, risas, amistades, pololeos, fumar un cigarrito escondid@ en el patio, correrse de clases, ir de carrete, etc. etc.
Ser un «mal estudiante» me enseñó a reconocer el valor de la convivencia, de esa democracia que no se vota en urnas, sino en el día a día. Donde uno se levanta cada lunes con la intención de no cagarla y, si lo hace, sabe cómo pedir perdón. Donde enseñar significa colaborar, y no ser otr@ burócrata detrás de un escritorio. Porque, al final, los títulos, las notas y los honores no sirven de nada si no sabes cómo tratar a la persona que tienes enfrente.
¿Qué define ser un “mal estudiante”?

¿Qué define ser un “mal estudiante”? En este sistema que se obsesiona con los números, un “mal estudiante” parece ser alguien que no sabe llenar una hoja de respuestas, alguien que no pasa por los filtros de notas. El SIMCE, esa porquería que se usa para medir la calidad educativa, establece que un número es la verdad y la única verdad. Olvídate de los objetivos transversales, del desarrollo personal, de la capacidad de conectarse con otr@s. Eso no importa en el gran esquema.
En el sistema educativo tradicional, parece que todo lo que importa es el concepto, lo que está en el libro, las pruebas, las fórmulas. ¿Por qué lo conceptual y no lo actitudinal? Si la escuela se supone que simula un microsistema social, ¿por qué no se educa en la convivencia, en las relaciones humanas de verdad?, la escuela es solo una fábrica de mano de obra, es el triste legado que nos dejó la revolución industrial, pero ya superémoslo, si eso inició en la segunda mitad del siglo XVIII. El sistema necesita formar seres human@s.
Ser un «mal estudiante» no es solo sacar malas notas. Para mí, era una mezcla de desmotivación, de rechazo al sistema, de no encontrar ningún sentido en ir todos los días a ese lugar. No me portaba mal, no hacía desastres, solo me aburría. Me daba lo mismo lo que l@s profesores/as dijeran. Simplemente, el sistema no me hablaba. Y, aquí estoy, sentado frente a una pizarra, pensando que mi estilo de enseñanza es un grito en contra de todo eso. Estoy aquí, INTENTANDO y TRATANDO, de dar lo que a mí nunca me dieron: un sentido, una razón para estar en una clase que no fuera solo para aprobar y desaparecer.
El sistema social también se basa en etiquetas. Por ejemplo, cuando alguien pregunta a un estudiante con calificaciones deficientes, “¿cómo te ha ido en el colegio?”, la respuesta común es “más o menos nomas”. Como si las calificaciones definieran la vida de una persona. Pero, ¿y lo que no se ve?, ¿la interacción con l@s compañer@s?, ¿la manera en que te enfrentas a las porquerías del mundo fuera de las aulas?, ¿qué pasa con lo que nos enseña la vida?, lo que no te enseñan en los libros.
No importa si eres “mal estudiante”

No importa si eres “mal estudiante” o no, la calificación nunca dice nada de la complejidad de una persona. La vida no te califica con un número. Las relaciones humanas son mucho más que una nota. Y a veces, eso es lo que necesitamos: un(a) profe que no te mire con cara de desaprobación por no tener la respuesta correcta, sino con el reconocimiento de lo que realmente eres, con tus errores, con tu historia. Un “mal estudiante” puede ser mucho más que un número, y un buen docente sabe que lo que importa está en la esencia de cada un@.
Por qué debe existir ese “currículo oculto”, y tod@s lo sabemos. L@s profes aplicamos criterios a puerta cerrada, como si tuviéramos que esconder al elefante en la habitación, porque si debemos considerar las habilidades humanas. Y ahí tenemos que estar aplicando criterio, a l@s estudiantes no por su conocimiento, sino por lo que son como personas. Porque las calificaciones son una mentira.
La realidad, la complejidad de un(a) ser human@, no puede ser reducida a números. Es fácil decir que “el currículo es tridimensional” y todo eso, pero ¿quién lo pone en práctica realmente? Al final del día, la evaluación nunca capta lo que significa ser una persona en todo su caos.
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