
Las emociones, ese torbellino ancestral que nos impulsa hacia la perpetuación de la vida misma, se erigen como guardianes de nuestra supervivencia en el vasto océano de la existencia. En su reino del sistema emocional yace un tesoro invaluable: la memoria. Cada experiencia, impregnada de emoción, se convierte en un grabado en los recovecos más profundos de nuestra mente, forjando así nuestra percepción del mundo que nos rodea.
El papel que desempeñan estas criaturas inquietantes, denominadas emociones, es el de jueces implacables de cada situación que enfrentamos en nuestra travesía cotidiana, sopesando con precisión milimétrica si es un aliado o un enemigo potencial para nuestra supervivencia. Su influencia es tan omnipresente que gobiernan el 99% de nuestras decisiones, eclipsando incluso la lógica más afilada con su rapidez y dominio incontrastable.
Frente al escenario de la vida, cada individuo se enfrenta a la misma obra teatral, pero el guion emocional que se despliega en sus mentes es único y subjetivo. De ahí nace la diversidad de elecciones y comportamientos que pueblan nuestro mundo, tejidos con hilos de experiencia emocional entrelazados en la trama de nuestras vidas.
Educación de Emociones

La navegación por los intrincados mares de la educación emocional exige una bitácora interna afinada con las habilidades básicas de la inteligencia emocional. Comprender los entresijos de nuestras propias emociones, podemos trazar una ruta clara hacia el dominio de nuestras aguas internas.
Desde mi perspectiva, existen dos posibles sendas para alcanzar esta meta, la primera, una travesía de autoconocimiento, donde el/la viajer@ consciente de su propio ser, se enfrenta a las mismas tormentas emocionales con estrategias renovadas, moldeando así su experiencia emocional y reconfigurando los recuerdos anclados en su mente. La segunda, un viaje de repetición, donde la exposición recurrente a las mismas aguas turbulentas erosiona las emociones hasta convertirlas en simples olas que se desvanecen en la playa de la conciencia.
En la actualidad, el tema de la educación emocional se yergue como un faro en el horizonte de la idealización, cegando a muchos con su resplandor romántico. Sin embargo, la esencia misma de esta travesía es encontrar la luz en la oscuridad de nuestra propia complejidad emocional, no en la perpetua expresión de nuestros sentimientos.
En otro océano, al igual de complejo, encontramos el océano social, es ahí, donde la comprensión de nuestras emociones se convierte en el timón que guía nuestro viaje hacia la empatía y el entendimiento mutuo. La empatía, esa virtud noble que encuentra su raíz en las misteriosas neuronas espejo, nos conecta con la realidad emocional de los demás, permitiéndonos navegar las turbulentas aguas del alma humana con destreza y compasión.
Sentir ira, que es natural, por lo mismo no siempre se podrán regular, pero es necesario en esa situación lograr empatizar, es así como Aristóteles en su “Ética a Nicómaco” dice: “Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”
En definitiva, el legado de Varela nos insta a explorar los abismos de nuestra propia psique, a descubrir los tesoros ocultos en los recovecos de nuestras emociones y a navegar con valentía los mares tumultuosos de la experiencia humana.

0 comentarios