COMPETIR EN EDUCACIÓN, ¿NECESARIO O TÓXICO?

ZYON

abril 8, 2025
No se debería educar para competir entre la gente humana
Otra vez esa época del año que aparece implícitamente la palabra competir. Primer lugar, segundo lugar, y luego… el último. Quien, con todo el esfuerzo del mundo, con sudor y lágrimas, desesperación y angustia, apenas logró pasar de curso. Quien intentó con todo su ser, aprender a jugar fútbol, pero sus pies eran como piedras. O quien hizo todo lo que pudo en el escenario, con voz temblorosa y corazón a mil por hora, pero al final nadie vio, o si lo hicieron, solo fue para olvidarlo dos segundos después. ¿Si no eres primer@, segund@ o tercer@?, ¿qué eres?, ¿un estorbo?, si es así, el sistema educativo no estaría diseñando para que aprendas, estaría hecho para competir. Y ¿sabes?, si eres suficientemente buen@, no necesitas que nadie te lo diga, debes saberlo y creerlo.
No somos maquinas para competir, somos gente humana para colaborar

Competir está ahí, en el aire, en las aulas, en la mirada ansiosa de l@s apoderad@s, en las evaluaciones. Nos dicen que nos impulsa, que nos mejora, que nos hace mejores personas. Pero en el fondo, ¿realmente lo hace?, ¿o es es tan solo una máquina de masticar y escupir a l@s más débiles?, nos venden la idea de que el éxito es un trozo de torta que se obtiene cuando alcanzas la cima, nadie te cuenta eso sí, que cuando llegas, hay trozos de torta que no saben a nada.

Edward Furlong. A los 13 años, el tipo era el sueño de cualquier niñ@. Fue el héroe de Terminator 2, una película que se convirtió en parte del ADN de toda una generación. Mientras otr@s niñ@s jugaban a ser estrellas, él ya lo era, con una cuenta bancaria que haría sentir a cualquiera “fracasad@”. Pero, ¿saben qué?, esos premios, esos reflectores, esos “éxitos” no te preparan para lo que de verdad importa. Edward, el niño que brillaba, se hundió en el alcohol y las drogas mientras el mundo lo observaba desde su pedestal. ¿Por qué? Porque la vida no se trata de ser el número uno en un ranking. La vida es más que premios, aplausos y fotos en revistas.

¿Y qué pasa con los otr@s niñ@s?, los que, en su inocencia, miraban a Edward con envidia. Aunque muchos de es@s niñ@s lo miraban como un superhéroe, hoy tienen vidas más «normales», pero puede que tengan algo que Furlong nunca pudo encontrar: paz. Ell@s no tienen la fama, ni el dinero que Furlong tuvo, pero tienen algo que a él se le escapó, una vida tranquila. O, al menos, más tranquila que la guerra interna en la que él sigue atrapado.

Entonces, ¿qué es el éxito?, ¿es todo lo que competir nos dice que debemos querer, aunque eso signifique destruirnos por dentro?, ¿o es, tal vez, un par de cosas sencillas que nos dan un poco de paz cuando todo el ruido se apaga?, si competir no hubiera sido el centro de todo, si la vida no se hubiera medido por el número de trofeos, ¿habría tenido una oportunidad de salvarse?

Porque al final, competir es como un ají picante en la comida. Un poquito mejora el sabor, pero si te pasas, terminarás llorando y maldiciendo tu propia existencia.

¿Competir será necesario?, tiene su cara tóxica.

Competir es tóxico para la gente humana

Competir en el sistema educativo se vende como el motor que impulsa a l@s estudiantes para superarse, pero en serio, ¿realmente creen que esa competencia los hace esforzarse más o simplemente l@s está convirtiendo en máquinas de estrés? Porque si, l@s estudiantes se «esfuerzan» mucho. Pero, ¿qué pasa con quien se desvive por llegar a la meta y, al final, no pasa? No te preocupes, no pasa nada. Es solo un pequeño recordatorio de que en este mundo, al final, lo que importa es «quién tiene la mejor nota», no cuánto te partiste el alma intentando.

Pero ¿quién necesita estabilidad emocional cuando puedes tener un 7.0?, ¿qué importa si un estudiante se da cuenta de que, por más que se esfuerce, las cosas nunca van a salir como quiere? Y lo peor, ¿de verdad l@s niñ@s y adolescentes van a decir «si me esfuerzo, entonces tengo una oportunidad»? O, es probable que luego de no lograr sus metas, piensen «aunque me esfuerce, de todos modos, no lo lograré».

Y mientras estamos en esto, ¿por qué no mencionar que todo esto se supone que es para preparar a l@s estudiantes para un mundo laboral?, ¡Claro!, justamente lo que se necesita el mundo laboral es competir más, ¿para qué trabajar en equipo o colaborar?, nada como una buena dosis de estrés y ansiedad para estar «list@» a los desafíos de la vida. El mundo necesita más robots competitivos, ¿verdad?, no más de es@s que colaboran y entienden lo que significa convivir. Eso de la colaboración, el trabajo en equipo, todo eso suena a algo «good vives», ¿verdad?

Y claro, lo mejor de todo esto, niñ@s llorando porque sacaron un 6.8 mientras su compañer@ tiene un 7.0. ¿Eso les da «motivación para mejorar»?, yo creo que no, pienso que puede darles ansiedad, baja autoestima, incluso paranoia de que no están a la altura. Eso sí, seguro que están aprendiendo un montón, aprenden que la vida se trata de ganar, de ser el o la número uno, de estar siempre por encima de l@s demás. Porque, claro, nada dice «superación personal» como estar obsesionad@ con una calificación que no te define como persona. Nada como la comparación constante para fortalecer tu salud mental, ¿verdad?

Es el momento de despertar, porque ese modelo educativo no prepara estudiantes para la vida. Les está enseñando a competir por algo que, al final, ni siquiera importa.

¿Qué pasa con el aprendizaje?

Cuál es la idea de ganar, ¿ganar por ganar?

El sistema educativo actual cree que está preparando a estudiantes para ser campeones(as), pero ¿campeones(as) de qué exactamente?, en lugar de promover una educación que valore el bienestar integral, nos estamos aferrando a un modelo que mide todo con la vara de la competencia académica. Y, honestamente, ¿quién está ganando aquí?, ¿l@s estudiantes?, ¿el sistema que sigue generando más ansiedad y estrés?

La UNESCO, al menos, tiene una idea interesante, la educación debería centrarse en el desarrollo humano, no solo en llenar cerebros con datos que se olvidan tan rápido como llegan. Es como si nos enfocáramos tanto en enseñar a correr en círculos, que olvidamos que el objetivo es llegar a algún lado. Pero claro, en lugar de preocuparnos por los aspectos emocionales, sociales y sostenibles del aprendizaje, seguimos atrapados en la carrera por los «logros». El sistema quiere que l@s estudiantes sean buen@s en sus escuelas, colegios, liceos, pero ¿quién está enseñando a ser buen@s en la vida?

Los valores que defiende la UNESCO, como la convivencia, la empatía, el pensamiento crítico y la colaboración, son fundamentales. El problema es que los estamos desechando en favor de las medallas y los trofeos. Nos obsesionamos tanto con ser «mejores» que olvidamos la importancia de ser mejor cada día, de ser mejor con nosotr@s mism@s. ¿De qué sirve ser primer@ en la lista de honor si no tienes idea de cómo relacionarte con personas o cómo lidiar con tus propios miedos y frustraciones?

La educación debiera ser el gimnasio mental donde nos preparan para la vida, pero en realidad, la estamos usando como un ring de boxeo donde se premia más el dolor que el aprendizaje. Pero claro, el sistema no parece tener problemas con eso. Lo importante es que l@s estudiantes estén «entrenad@s» para seguir el juego, no que realmente aprendan a cuidar su salud mental y emocional.

Al final del día, lo que estamos haciendo no es educación. Es una especie de crueldad disfrazada de competir. ¿Por qué? Porque estamos enseñando a l@s estudiantes a vivir para los premios, no para el proceso. Y es un proceso que, lamentablemente, a veces no lleva a ninguna parte.

Enseñanzas de piñata, “competir, pero con propósito”

ZYON analizando los aprendizajes que le puede entregar una piñata sobre la gente humana

No sé tú, pero cada vez que veo a un grupo de niñ@s destruyendo una piñata, me siento como si estuviera presenciando un ensayo en miniatura de la lucha por el poder mundial. Un segundo están tod@s riendo, jugando como si fueran la banda sonora de un comercial de felicidad, y al siguiente, el caos; gritos, codazos. dulces volando por el aire. Lo que antes era un salón de juegos se convierte en un campo de batalla donde el único mantra es: «Más para mí, menos para ti».

¿Por qué?, ¿qué pasa con nosotr@s cuando se trata de dulces (o cualquier otra cosa)?, ¿es genética?, ¿es cultura?, ¿es simplemente porque el cerebro humano está programado para querer más, siempre más, aunque no lo necesite?

La dinámica de la piñata es más profunda de lo que parece. Porque, piénsalo, para que un@ «gane», l@s demás tienen que perder. Y no estamos hablando de un torneo olímpico donde ganar es el resultado de esfuerzo y mérito. No, aquí ganar se reduce a lo rápido que puedes lanzar tu pequeño cuerpo hacia un montón de dulces y acaparar lo más posible antes de que alguien te pise un dedo.

Pero aquí va una idea, ¿y si nadie tuviera que perder para que tod@s «ganáramos»?, ¿si en lugar de esa competencia frenética, recogemos los dulces y luego los repartimos en partes iguales?, lo sé, suena idealista, una fantasía donde todos cantan «armonía de amor» de Gondwana. Pero vamos, ¿no tendría sentido?, colaborar sobre competir. Comunidad sobre caos.

Llegar juntos a la meta, ¿vale?

Llegar todos juntos a la meta es mejor que competir, ubuntu la gente humana

Es un poco como andar en bicicleta con amig@s. Claro, quieres ir rápido, quieres sentir el viento en la cara. Pero si tus amig@s quedan atrás, ¿realmente vale la pena?, ¿o tal vez el verdadero placer está en cruzar la meta junt@s, celebrando que nadie terminó estrellad@ contra el piso en el intento?

El problema es que vivimos en un mundo que culturalmente valora el «más». Más dinero, más éxito, más dulces, más todo. Nos han lavado el cerebro para pensar que el valor de lo que tenemos está determinado por lo que los demás no tienen. Es como si la vida fuera una eterna piñata, y si no te lanzas primero, te quedas con los dulces que nadie quiere.

Pero la verdad es que competir, sin colaborar, no es sostenible. Eventualmente, tod@s terminamos agotad@s, herid@s o simplemente chat@s. Sí, competir tiene su lugar. Nos impulsa, nos desafía, nos hace mejores. Pero cuando es el único motor, terminamos siendo esas caricaturas de niñ@s codicios@s bajo una piñata rota, olvidando que lo que realmente importa no son los dulces, sino la risa y la conexión que compartimos.

Así que la próxima vez que te encuentres en una «piñata» de la vida, pregúntate: ¿realmente necesitas más, o simplemente necesitas disfrutar el momento con quienes están a tu lado? Porque al final del día, la verdadera recompensa no está en la cantidad de dulces que acumulamos, sino en con quién los compartimos.

Así que sí, dejemos de enfocarnos en ser números unos y empecemos a pensar en cómo podemos llegar juntos a la meta, ¿vale?

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