
La evaluación docente, en Chile, se presenta como una herramienta rigurosa y técnica para mejorar la educación, pero genera tensiones y presiones desmesuradas entre l@s educadores(as). A pesar de los ideales de calidad y desarrollo profesional, la evaluación a menudo se reduce a números y criterios, dejando de lado las complejidades reales de la enseñanza. Esto afecta la moral y el bienestar de l@s docentes, quienes se ven atrapad@s en un ciclo de exigencias externas que pueden desviar el verdadero propósito educativo y el impacto personal de su labor diaria.
El fundamento de la evaluación docente en Chile es promover una educación de calidad, dicen. Fortalecer y desarrollar a l@s docentes continuamente. Mejorar las prácticas pedagógicas, rendir cuentas, reconocer logros y ofrecer apoyo y capacitación. Crear un ambiente educativo donde l@s estudiantes alcancen su máximo potencial y l@s docentes se desarrollen en un entorno justo y equitativo. Suena bonito, ¿no?
Evaluación docente, una tensión abrumadora.

Sin embargo, este proceso desencadena una tensión abrumadora entre l@s docentes, especialmente en estos tiempos donde se pondera tanto la importancia de la salud mental. Esta presión, lejos de aportar algo positivo, se convierte en un peso ominoso sobre los hombros de cada maestr@.
La presión social, incluso entre colegas, por los resultados alcanzados, puede llegar a ser abrumadora. Aunque se asegura que la evaluación es formativa, al final del día somos reducid@s a meros números en una lista de control.
¿Es justo emitir un juicio tan contundente basado en la habilidad para redactar un portafolio y una clase filmada? ¿Qué ocurre con la trayectoria laboral de aquell@s docentes que luchan en las fronteras más inhóspitas de la educación? ¿Y qué decir del sacrificio de ver crecer a la familia desde la distancia, solo para cumplir con la noble tarea de educar? L@s docentes se encuentran atrapados en un ciclo perpetuo de aprendizaje, de aprender para enseñar, de sacar oro de donde solo hay piedra.
ARQUITECTOS DE LA SOCIEDAD

Much@s docentes se esfuerzan por ascender en la carrera docente en busca de mejores resultados y, por ende, mejores remuneraciones. ¿Pero quién puede culparlos en tiempos de crisis económica? En medio de la incertidumbre y las dificultades financieras, ¿es acaso cuestionable el deseo de mejorar su situación? Especialmente cuando se considera que estas personas, en el Día del Profesor, son glorificados como «ARQUITECTOS DE LA SOCIEDAD«.
Sin embargo, este reconocimiento es efímero, un destello anual el 16 de octubre en Chile, cuando las redes sociales se inundan de homenajes. El resto del año, la profesión queda abandonada, relegada a un segundo plano en la conciencia pública. No se trata simplemente de un reconocimiento continuo, sino de un respeto constante hacia aquell@s que día a día construyen y moldean una sociedad mejor. No pido que l@s alaben todo el tiempo, solo un poco de respeto por l@s que se parten el lomo intentando enderezar este barco a la deriva llamado sociedad.
Portafolio, tarea abrumadora y demandante.

La elaboración del portafolio es una tarea abrumadora y demandante, que se suma al ya pesado fardo de responsabilidades diarias que agobian a l@s docentes. Este proceso, a menudo, conduce a una obsesión desmedida por satisfacer los criterios de evaluación, en casos, descuidando las verdaderas necesidades de l@s estudiantes y las oportunidades para innovar pedagógicamente de acuerdo a las fortalezas personales. En este afán por cumplir con las expectativas impuestas, se puede extraviar el verdadero propósito de la enseñanza, dejando atrás el auténtico caminar del proceso educativo.
Además, la Evaluación de Conocimientos Específicos y Pedagógicos (ECEP) se supone que es importante, porque claro, uno debe dominar los temas que enseña hasta en los huesos. Sin embargo, su naturaleza prescriptiva, con temarios estandarizados entregados de antemano, convierte a l@s docentes en meros actores que ensayan para un espectáculo inminente, similar a los estudiantes que se preparan febrilmente para la Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES). En este circo de la educación, incluso hay ofreciendo servicios de preparación, como si se tratara de un PREUNIVERSITARIO para docentes.
En cualquier proceso educativo, la evaluación emerge como un pilar fundamental, una herramienta meticulosa que se emplea para medir el progreso y la comprensión. Sin embargo, en medio de esta estructura aparentemente racional, se alza la evaluación moral, un laberinto donde tod@s se sienten con el derecho de juzgar a l@s docentes no solo por sus habilidades pedagógicas, sino por su esencia misma como educadores. Este juicio se impone sin el mismo rigor metodológico que exigimos para medir el aprendizaje de l@s estudiantes.
A l@s maestr@s les obligan a someterse a un montón de pruebas y papeleos para medir el aprendizaje, pero cuando se trata de evaluarlos en términos sociales y educativos, no hay ni la mitad de rigor. L@s clasifican como buen@s o mal@s según criterios subjetivos, y eso solo degrada su reputación en la sociedad, sin considerar el verdadero cuadro que enfrentan: emocional, social, intelectual y hasta físico.
¿Tiene buenas intenciones?

Quiero aclarar que no me opongo a la evaluación formativa. Considero que es esencial para construir aprendizajes. Sin embargo, mi discrepancia radica en la percepción pública de que el sistema de evaluación fracasa solo porque l@s profesores/as son los eslabones más débiles. El verdadero problema está en el circo mediático que se ha montado con la evaluación docente. Una evaluación negativa puede desmotivar a cualquiera, en vez de motivarlos a mejorar, especialmente si sienten que los resultados no son justos.
L@s que sacan resultados de mierda pueden sentirse marcad@s y aislad@s en su trabajo. El solo pensar en las consecuencias que puede traer eso en su carrera afecta su ánimo.
¿Tiene buenas intenciones? Claro que sí. ¿Tiene buenos fundamentos? Sin duda. Pero las evaluaciones externas, ¿están a la altura? Ni cerca. ¿Cómo se decide si un(a) profesor(a) es buen@? Con pruebas estandarizadas que no dicen nada. ¿Y cómo se juzga moralmente la calidad educativa? Según números fríos y resultados de estas evaluaciones. ¿Deberíamos realmente basar nuestro juicio sobre la educación en eso? No, deberíamos reflexionar sobre la sociedad que estamos construyendo tod@s, todos los días.
La conclusión se diluye en sus propias reflexiones. Lo que me resulta innegable es que cada vez que un(a) docente cruza el umbral de un aula, se transforma en la encarnación más elevada de sí mism@. Ser docente es un acto de vocación, de engrandecimiento personal; impone una carga moral y, de manera velada y patente, moldea al individuo en una entidad más completa.

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